martes, 30 de octubre de 2007

UNA MAÑANA DE DIOS

El sendero polvoriento sin domingos
Se sequía interminable
Pide a gritos de rodillas
Una gota de rocío
A la hierva fresca
Del lejano prado.
Los árboles frondosos
En sus altas copas
Aprisionan al sol
Entre sus brazos
Y a los trinos de las aves.
Las aguas cristalinas de la acequia
Despiden su fragancia de vida,
Entona su canción de fecundo amor
Y se pierde en la distancia
Hasta donde van mis ojos.
La mañana solariega
Dibuja sus paisajes
Frente al espejo del cielo
Donde se refleja el alma.

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