El sendero polvoriento sin domingos
Se sequía interminable
Pide a gritos de rodillas
Una gota de rocío
A la hierva fresca
Del lejano prado.
Los árboles frondosos
En sus altas copas
Aprisionan al sol
Entre sus brazos
Y a los trinos de las aves.
Las aguas cristalinas de la acequia
Despiden su fragancia de vida,
Entona su canción de fecundo amor
Y se pierde en la distancia
Hasta donde van mis ojos.
La mañana solariega
Dibuja sus paisajes
Frente al espejo del cielo
Donde se refleja el alma.
martes, 30 de octubre de 2007
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